jueves, 8 de abril de 2010

sobrexpuesta

En los últimos años había pasado largos ratos observando, cómodamente sentada, a personas que transitoriamente recorrían (habitualmente de forma circular) una estancia de pequeñas dimensiones.
De vez en cuando la visitaba alguien conocido y este acostumbraba a ser un momento algo más agradable, pero ni siquiera era siempre así. Tal era la falta de de interés que comportaba la tarea que desempeñaba, que había comenzado (seguramente en un intento de alcanzar alguna emoción) a imaginar dicha estancia como una pintura en movimiento.
Se encandilaba con el desplazamiento de los pies de los visitantes, y había descubierto un extraño atractivo en el efecto espejado que resultaba al unir un suelo pavimentado con baldosas de color ocre escasamente pulidas y una iluminación direccional que le resultaba extremadamente molesta en las paredes. Había registrado en algún lugar de su cerebro cada uno de los elementos que, trasportados por los transeúntes, habían llegado a la sala para ser considerados suciedad.
De tant en tant le parecía escuchar aplausos y pájaros, y también la risa de unos niños, pero no tardaba en descubrir que todo aquello formaba parte de un simulacro que encandilaba a aquellos que no permanecían demasiado tiempo allí.
Todas aquellas imágenes la acompañaban allí a donde fuese. Hoy, al llegar a casa un slogan ha aparecido con asombrosa nitidez en su cabeza:
Una ciudad, un mapa, cuatro vértices, cuatro personas. Tras un segundo paralizada ha dejado las llaves sobre la repisa, ha colgado su chaleco y se ha quedado dormida en el sofá.

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