Había llegado incluso a cambiarle el sueño.
Que tenían mala relación era un hecho más que constatado, pero ahora la cosa estaba pasando de castaño oscuro.
Su actitud parasitaria la sacaba de quicio, era descuidado, descortés y egoísta, entraba y salía a su antojo en casa ajena y lo peor para ella era que tenía unos horarios insostenibles y dedicaba toda la noche a gritar de esa forma que solo ellos saben hacer, moviéndose nervioso y con dudoso sigilo de un lado a otro de la casa.
Siempre escondido, siempre pegado a la pared, siempre en las dobleces, en los agujeros mas oscuros escarbando una nueva salida...
La simple idea de pensar en su rostro la crispaba enormemente, recordar la imposición de su compañía aguaba cualquier momento agradable. El final de la historia estaba claro, quizá el no lo sabía, pero ella tenía experiencia en esas lides.
Lo de la boca... no sirve sólo para el pez.