jueves, 26 de agosto de 2010

empleo

Solía sentarse en una caja de fruta a esperar y había esperado tanto en aquellas cajas que podía narrar buena parte de su historia a través de aquellos ratos.
La miraba con atención sabiendo que, muy de vez en cuando, aquella mujer le devolvía la mirada con la dispersión propia de quien mira un niño; y aun así ella esperaba atentamente esos momentos para sonreír pretendiendo aparentar la inocencia que debiera tener a su edad. Conocía cada milímetro del suelo de aquel local solamente por ver como ella lo recorría entre renqueos desiguales; deducía el estado de la fruta por la forma en que la cogía para ponerla en la bolsa de sus clientas; sabía de la capacidad de su almacén tan sólo con fijarse en su flequillo y en su ropa y la caja del día se podía leer de forma rigurosa en su mentón, pero lo cierto es que nunca supo nada de ella, ni por que nunca asistía al cumpleaños de sus nietos, ni por que decidía trabajar todos los días de año -mañana y tarde-, ni por que nunca se jubiló.
Aquel local es hoy un locutorio. No ha cambiado tanto.