viernes, 2 de abril de 2010

en compañía

Hacía algunos años que Alicia la visitaba con cierta frecuencia. Venía a recordarle historias que le contó cuando era niña, fragmentos de viajes maravillosos que acostumbraban a tener un componente introspectivo, que aunque no era manifiesto, no podía ser más explícito.
Hoy se han encontrado en la calle Bismarck pera tomar el té (el té es una de sus obsesiones más notables) y Alicia, con esa voz dulce pero cargada de experiencia que la caracteriza y  con palabras que le resultaban del todo familiares, le ha descrito aquel día en que vio como el sendero que se extendía ante sus ojos comenzaba a desaparecer y paralizada por la angustia no se dio cuenta de que dicho sendero también decrecía a sus espaldas quedando parada en medio de ninguna parte.
A Alicia la salvó un exceso de moralina, pero a ella las facultades espirituales le son del todo ajenas.

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