domingo, 10 de octubre de 2010

au revoir

Lo observaba de perfil. Su pelo oxigenado y despeinado no impedía que su piel cerúlea brillase -con el menor resquicio de luz- desde su barbilla hasta su nuca, proporcionándole un aura de aspecto lechoso y flácido. Su pequeña nariz se hundía de forma enfermiza a la altura del hueso nasal. A primera vista podría parecer sonriente, pero entre sus caninos superiores y su labio inferior existía esa tensión puntual que trasformaría cualquier expresión en gesto desdeñoso, y su barbilla sobresaliente no hacía sino acentuar este rasgo. Su expresión era torpe y lenta, sus gestos remitían a esa avaricia incapaz de los malos de los cuentos, y su ropa era una exhibición de ignorancia mayor de lo que muchos pudieran soportar.
Su mera existencia desguazaba las bases del humanismo y resultaba un atentado contra la filantropía.