lunes, 28 de junio de 2010

balance

Se está despidiendo de los espacios.
Camina por entre las marcas que conducen a la salida de emergencia, pero lo hace lentamente y en dirección contraria hasta dar contra la pared. Mira de un lado al otro recordando escenas, personas, pensamientos, frases, silencios (especialmente silencios), risas, carreras y algún que otro llanto que aunque no fuese propio, lo vivió con la misma intensidad e idéntico sentimiento de injusticia.
Se sienta a escuchar a las palomas siendo consciente de todas las ocasiones en las que las ha oído madrugar en los últimos tres años. El sonido de las palomas, de hecho, huele a café (o a té con limón en su defecto).
Repasa con su mano unas paredes que tienen orografía propia, y biología también. Entorna los ojos al pasar frente a las cristaleras ofendida por un rayo prematuro que explora por delante de los demás. Sale por la puerta cargada de objetos pero con una extraña sensación de levitar absolutamente desconocida.
No deja de sorprenderle el afecto que se puede llegar a establecer con un lugar tan poco grato. Hace tiempo que no cree en la posibilidad de que la tierra cambie su eje de rotación dos días a la semana y tiene claro que ese ya no es su lugar, pero aún así (y quizás la víspera de esos dos días sea crucial en ello) sabe de la deuda contraída con quien la vio nacer.
Ha de volver pero la despedida ya se ha llevado a cabo.

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