jueves, 27 de mayo de 2010

miau

Encajo su vista en la diminuta rendija que quedaba en la jamba de la puerta y entornó los ojos para ver con mayor claridad.
La estancia que había al otro lado era amplia y luminosa. Tenía las paredes de papel pintado de un ocre terroso muy desagradable y el suelo de madera barnizada. Los muebles, de mimbre lacado en blanco, estaban tapizados con un tejido anaranjado tan desgastado por el sol y por la luz, que había comenzado a trasparentarse y el entramado de los hilos ya era más que visible (incluso en la distancia desde donde ella lo observaba). Había plantas por todas partes; plantas de esas que no dan flores pero son de un verde intenso que haría parecer alegre cualquier estancia, aunque estaban tremendamente descuidadas y hacía tiempo que no lucían de ese color. La estantería estaba llena de libros, y desde la balda más elevada una muñeca de pálida tez, parecía devolverle la mirada con su ojo izquierdo mientras el derecho (ambos eran de cristal) quedaba cegado y proyectaba un topito de luz sobre la puerta (aunque esto ella no lo sabía, ya que por prudencia, permanecía al otro lado). Parecía la sala de estar de una de esos apartamentos de la costa californiana en los que el salitre levanta la pintura de las paredes exteriores, pero ella estaba muy lejos de la costa, más aun de California y aquel lugar, por alguna razón que todavía le era incógnita, invitaba poco a permanecer en el, era más bien (y a pesar de su aspecto) un lugar de paso.
Entre toda esta observación, bastó el sigiloso acercamiento de un gato chatreux para asustarla hasta el punto de cortarle la respiración.

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