sábado, 24 de julio de 2010

bienvenida

Llevaba un pantalón estampado y una chaqueta de tweed que conjuntaba a la perfección con el vestido de la recepcionista. Al entrar al local, la maleta que arrastraba se quedó enganchada en la moqueta que cubría el suelo (hubiese preferido no reparar en aquella moqueta) y su respuesta en forma de ladrido no pudo ser más contundente.
Aquel tipo le resultaba fantasmagórico; un a medio camino entre la viva imagen del maníaco suicida standard y un estrella de rock que, en sus horas bajas, se aferra a la construcción de un ser histríonico como tabla de salvación. Pelo rubio platino engominado, mejillas hundidas que dejan a la vista unos huesos malares excesivamente redondeados, expresión desencajada y tics nerviosos doquier.
Ella se acercó titubeando e intentando disimular el temblor de sus piernas, pero el verdadero terror no le llegó hasta mirarlo a los ojos. En su mirada azul profundo de ese que evoca el mar sólo pudo ver la condena al naufragio.